Aparece una mujer vestida de rojo en la pantalla de la televisión. Y, de repente, dice:
- "Hola, soy tu menstruación".
Y el anuncio sigue, dando la información de las compresas, salvaslips o lo que sea.
Lo que nadie sabe es que en las tomas falsas, se coló una señora vestida de negro, a lo figuranta, para hacer la gracia.
- "Hola, soy tu depresión".
Eso dijo. Y luego se echó a reír con un matiz un tanto inquietante. Aunque claro, quedó en una anécdota como cualquier otra.
Pero esto no siempre es así: hay veces que de verdad llega, te envuelve por completo en su manto de oscuridad, y te arropa con cuidado mientras te lleva consigo. Cuando quieres darte cuenta, estás en el centro de un laberinto. Intentas salir, pero sin resultado. Y tras cansarte de luchar por escapar de entre esos muros de vegetación, acabas cayendo poco a poco en un estado catatónico donde ya todo da lo mismo, acurrucándote en las sombras y sin ganas de nada, mientras la risa de la señora de negro resuena en tu cabeza.
Quién sabe si algún día podremos escapar de ese estado mágicamente. Lo que si tengo claro es que, por mucho que uno lo intente, rara vez va a conseguir algo solo: generalmente es alguien quien te encuentra ahí en medio, coge tu cara entre sus manos y hace que recuperes ese brillo de luz que antes habitaba en tus ojos con tan solo mirarte.
Porque si hay algo que nunca falla es el 'antídoto universal'.